martes, 14 de septiembre de 2010

Gracias Gustavo

Gustavo, ha pasado tanto tiempo desde que cayó en coma, tanto tiempo sin tener noticias suyas, tantos rumores sobre su muerte, que finalmente decidí escribirle esto. Le debo tanto, que sería ridículo no contarle un poco acerca de esa deuda.


Disculpe si le hablo de usted, yo sé que no es lo acostumbrado en su país; pero soy bogotano y así nos tratamos acá. Soy el mayor de tres hermanos. Mis hermanos tuvieron que heredar, como la mayoría de los hermanos menores en la Colombia de clase media, algo de mi ropa y algunos de mis juguetes. Yo siempre tenía ropa y juguetes nuevos, una de las ventajas de ser el primogénito. Pero, a veces, tener todo nuevo no siempre es bueno: en algunos aspectos de la vida se tienen que recorrer caminos inciertos, a oscuras, sin guía. Me refiero específicamente a los gustos musicales. La música que nos gusta es un buen indicador de cómo vemos la vida; necesitamos escuchar nuestro corazón latiendo en unos buenos parlantes para sentirnos vivos.


Los hermanos menores no heredan los gustos musicales del mayor, pero si heredan el recorrido que el otro tuvo que hacer solo, de separación de la música infantil y de la música de los padres, en búsqueda de su propia identidad. Por eso, generalmente, los primogénitos tienen un gusto variado, desordenado, compuesto por cientos de géneros diversos, un mar de ritmos con un milímetro de profundidad. Siendo claro: todo y nada les gusta, les gusta lo que esté de moda. Por eso los hermanos menores tienen la posibilidad de construir sobre lo que el mayor dejó, de tener una visión mas amplia de lo que la música puede ofrecer. En esas búsquedas solitarias, el hermano mayor siempre está expuesto al diablo del mal gusto.


¿A qué viene todo esto? Yo soy hermano mayor, pero yo no tuve que emprender la "exploración musical" solo y sin guía. Por cosas del destino, cuando estaba dando vueltas por ahí, a los 13 años de edad, me crucé con un casete que un amigo me prestó y que contenía varias canciones saltarinas y llenas de letras tontas, que hablaban de novias con bíceps, de bandas de rock dietéticas y que se quejaban de no poder ser del Jet-set. Ahí, en solo 11 canciones, mi búsqueda tuvo sentido. Encontré la referencia musical que me ha acompañado desde entonces. Y no solo referencia musical, sino referencia de la vida misma. Fue así como lo conocí, Gustavo, como lo oí por primera vez. Y, de nuevo, disculpe si le hablo de usted; yo sé que en Argentina se tutea. Es que soy bogotano, y así nos hablamos los bogotanos entre hermanos. Así se le habla al hermano mayor. Al hermano mayor del que uno hereda la música, el ritmo y, por lo tanto, la forma de ver las cosas. Me embarqué, pues, a los 13 años en un viaje guiado por usted.


Ese viaje tuvo muchas estaciones, muchos caminos. Musicalmente, inició por el intercambio de caseticos, en medio de una guerra sin cuartel entre el rock en español de España (chabacano, divertido, grosero y con una tendencia clara al folk que aún no han podido superar) y el Argentino (muy inglés, muy Beatle, y con la "canción latinoamericana" pujando en algunos momentos). Mis preferencias siempre estuvieron por los lados del sur; y gracias a su banda, a Soda, encontré rápidamente bandas similares. Cuando me extasiaba con su solo de guitarra al inicio de Signos en Ruido Blanco, me soplaron "eso suena como Pink Floyd". Busqué a los Floyd, y descubrí que mi padre adoraba The Wall. Conseguí todas las letras del disco y me puse, con la terquedad típica de los niños, a aprendérmelas. Casi al tiempo, al verlo a usted y a Zeta y a Charly maquillados y con esos "raros peinados nuevos", apareció otra banda, que se veían igual, pero que tocaban una canción tropical. La banda era del norte: los Caifanes. Y con todos estos góticos, de camisas de flores y labial, me choqué con The Cure. Y descubrí que detrás de la obscuridad visual, estaba la claridad mental.


Y detrás de la música estaba la rumba y detrás de la rumba, la euforia. Así fue como entré en los noventas, en busca de la euforia fluorescente. Y al lado de la jalea de perlas, de los pepinitos picantes, de la rabia contra la máquina, del melón ciego, estaba ese salto maravilloso entre la crudeza animal y la complejidad dinámica, salpicado por la sicodelia amarilla del amor, su primero en solitario.


Y, claro, junto a la rumba y la euforia, estaban las mujeres. Y si bien, el camino del corazón y de las hormonas se recorre en solitario, alguna ayuda se puede recibir; ayuda, al menos, para poder volcar ese torrente de sentimientos y sensaciones en palabras y música. Aprendí, que a pesar de que se quieren parecer, todas las mujeres son distintas.


Qué es lo que se desea


Qué es lo que se extraña


Cómo se atraen


Cómo me atraen


Y, finalmente, qué pueden llegar a significar en la vida


Pero la euforia no puede durar toda la vida, por supuesto. La adolescencia tenía que terminar, así como también Soda (aún me duele que no hayan venido a despedirse acá). Inicié, de nuevo a su lado, el paso a la adultez, donde importa mas vivir mucho que vivir rápido.


Por esos días, con unos amigos, acabábamos de realizar un sueño de juventud: montar un bar y ser diskjockeys. Y, junto con usted, entré al mundo de la música electrónica de discoteca; sentí la comunión del baile, de la deconstrucción musical, de la unificación de conciencias alrededor de los ritmos. Volverse gaseoso, respirar y ser respirado.


Vinieron sus discos en solitario, sus proyectos paralelos, sus uniones, separaciones, mezclas, tributos y producciones pop. Así como vinieron mis proyectos freelance, la oficina de diseño, el bar, la producción de eventos, un par de quiebras financieras. Era la época de buscar, proponer, encontrar, desprenderse, negar y afirmar constantemente. Y a pesar de que nos separamos un poco musicalmente hablando, nuestros caminos se cruzaban constantemente. O, mejor, yo siempre volvía a encontrármelo, sorprendido, a gusto.


Y luego llegó el momento de estabilizarse, endeudarse y dedicarse a lo que uno sabe hacer, le gusta hacer y hace bien; afirmarse como se afirmó usted como guitarrista. Solo que, de un momento a otro, su camino se detuvo. O, mejor, se desvió, dejó atrás este mundo. Me dejó atrás. Salió corriendo, dejando todo atrás, inclusive su cuerpo.


Atrás dejó su cuerpo, en el escenario de Caracas. Ahora ese cuerpo está en la Clínica ALCLA, de Buenos Aires. Vuelta de Obligado 3165, entre Guayra y Campos Salles. Me aprendí la dirección de memoria y marqué el sitio en mi mapa de Google, porque viajo en enero a su ciudad y espero, aparte de Caminito, La Boca, el Cementerio de la Recoleta y demás sitios turísticos, pasar un momento frente a la Clínica e intentar, tal vez por última vez, que nuestros caminos se crucen. Así usted esté acostado inconsciente en una cama y yo esté afuera, en la puerta de la clínica, con una flor solitaria, dándole silenciosamente las gracias. Gracias por acompañarme tantos años. Gracias por heredarme tantas cosas. Gracias por mostrarme y dejarme oir el latir de este mundo. Gracias por las letras y las notas. Gracias por los conciertos, la euforia y la reflexión.

Gracias Gustavo.

1 comentario:

  1. Allí estaremos, albergando la esperanza de que "cuando algo está enfermo, está aún con vida"

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