miércoles, 4 de marzo de 2009

Pa'l centro

El día comenzó temprano, con un desayuno corto (otra vez este café brasileño). Salimos con Anselmo a caminar por el centro de São Paulo que, como el de Bogotá, es mejor recorrerlo a pie que en carro o en bus. A solo diez minutos de su casa, nos encontramos con los 2 primeros hitos: el edificio Copán (Niemeyer, por supuesto) y el edificio Italia. La gente miraba a lo alto, siguiendo nuestra mirada, tratando de descubrir qué se estaban perdiendo.


Poco a poco se abrió ante nosotros el centro de São Paulo, amplio y limpio, en constante movimiento. El sol salvaje nos hizo detenernos para comprar un bloqueador solar en una droguería, ya que yo había dejado el mío en el apartamento y Anselmo no traía. Bajamos por unas calles, buscando el Teatro Municipal que, lamentablemente, estaba en restauración, por lo que no pude ver gran cosa. Pero eso fue compensado con una corta sesión fotográfica que estaba ocurriendo en una fuente cerca al Teatro: una delgada modelo en bikini era fotografiada, mientras nosotros sacábamos fotos a sus espaldas y media plaza se paralizaba para verla.

Luego el sonido de muchos tambores nos hizo acercarnos a una banda de percusión que ensayaba debajo de un puente, esquivando el sol abrasador. Así es el centro de São Paulo, lleno de sorpresas y, comparado con el centro de cualquier ciudad colombiana, muy amplio y cómodo para caminar, pero con la misma carga de belleza y variedad. Por el centro pasa toda la ciudad, negros, blancos, bolivianos y japoneses por igual. Caminamos un poco mas y llegamos a una esquina famosa, inmortalizada por la canción Sampa (diminutivo de São Paulo) de Caetano Veloso: São João e Ipiranga. Este cruce, en realidad, no tiene nada de especial. Simplemente aparece en la canción y por eso se convirtió en un lugar turístico.

Buscando la Estación de la Luz, una vieja estación ferroviaria muy de estilo europeo, restaurada como estación de metro, nos perdimos. En lugar de seguir por la São João, seguimos por la Ipiranga. Uno de los tantos mapas de Anselmo llegó al rescate y nos permitió llegar a la Estación. Definitivamente Sampa es una ciudad llena de sorpresas: en medio de una zona poco agradable se levanta un edificio totalmente espectacular, una estructura de acero cubierta por un gran edificio que tiene hasta torre del reloj. El interior es simple y hermoso, lleno de gente circulando, saliendo y entrando: La Estación de la Luz.


Dentro de la Estación, en una sala había un piano de pared con un letrero: "por favor tóqueme". No había nadie cerca, ni siquiera mirándolo. Me acerqué tratando de descubrir la trampa, dónde meter la moneda o las cámaras escondidas. Nada. Simplemente era un piano en medio de una estación de metro. Me senté e intenté algunas notas que mi muy deficiente memoria dejó escapar. Inmediatamente se acercó la gente a mirar, a tocar conmigo, a hablar. Alguien dijo, sabiamente, que si en lugar de un piano fuera un pandero (pandereta), todos estarían tocando y bailando. La cultura musical que me había sorprendido al inicio de mi viaje por Brasil, brilló por su ausencia.

Salimos de la estación al parque, que tiene el mismo nombre, Parque de la Luz. Como los parques que había conocido antes, este es un parque limpio, frondoso y muy fresco. Caminamos viendo a la gente descansar en la sillas, hablar, sacarse fotos. Salimos y llegamos a la Pinacoteca Municipal, un hermoso, viejo y recién restaurado edificio de ladrillo (el ladrillo a la vista es algo muy raro por estos lados), de entrada gratuita, con una hermosas exposición de una acuarelista de flora silvestre. Salimos de nuevo por la Estación de la Luz y ya había un señor tocando el piano con gran habilidad. Parece que la gente finalmente había quebrado el hielo y sin miedo se atrevían a tocar alguna melodía con el ruido del metro de fondo.

Caminamos unas cuadras mas y llegamos al Empire State... bueno, a la versión brasileña, el Altino Arantes, mas conocido como el Edificio Banespa. A sus pies, en un edificio cercano, funciona el museo de la Bolsa de Valores del Estado de São Paulo, Bovesp, de entrada gratuita, con videos 3D sobre el funcionamiento de la bolsa, tableros electrónicos y un ambiente muy fresco. A esas horas de la tarde, los ambientes frescos eran toda una bendición.

Luego de algunas cuadras, con cara de circunstancias, Anselmo me hizo una advertencia: tenía que poner mi morral en mi pecho, cerrar bien las cremalleras y cuidar mis objetos personales, porque íbamos a entrar a una zona muy congestionada de gente y con muchos raponeros. Pensé que, después de temerlo y nunca encontrarlo, el fantasma de la violencia brasileña, Zé Pequeno personificado, iba a hacer aparición. Bajamos por una callejuela que poco a poco se fue llenando de negocios de partes para joyería de fantasía, disfraces, papelerías y ropa barata. Comencé a sospechar. Llegamos a una calle repleta de gente donde era muy difícil caminar, con ventas ambulantes a lado y lado, unos tipos sonando unos piticos chistosos, cientos de olores y ruidos, carros de policía. Me relajé, descubrí que no estaba en un sitio peligroso sino, simplemente, la versión paulista de San Victorino. El sector inclusive tiene nombre de santo, también: São Bento. No apareció ningún Zé Pequeno, por supuesto.

Avanzamos esquivando gente y llegamos al Mercado Municipal, muy similar en construcción y concepto al Mercado Modelo de Salvador. Almorzamos-comimos unos pasteles de bacalao y salimos a una muy sucia estación de buses rumbo a una especie de mercado de las pulgas (mercado artesanal, dijo Anselmo), donde comimos algunas cosas mas y nos sentamos en unas sillas en el andén de un bar cercano a tomarnos unas cervezas y a esperar a unos amigos de Anselmo. Llegaron los amigos, tomamos mas cerveza, hablamos de fútbol, política (todos preguntan por Uribe y las FARC), cine, Brasil, música.

Salimos de ahí al apartamento de Anselmo, donde seguimos la charla hasta las 2am. Mas tarde, a las 5:50, tenía que coger el taxi mas costoso de mi vida, que me llevaría al aeropuerto de Guarulhos, porque los domingos a esa hora no hay otro tipo de transporte posible.

Qué extraño de Colombia: a estas alturas del viaje, la comida.

Qué no extraño de Colombia: especialmente de Bogotá, la agresividad cotidiana en los conductores, peatones, vendedores.

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