lunes, 16 de febrero de 2009

Niemeyer no montaba en bus

No puede haber una peor impresión inicial de Brasilia, que la que se lleva un turista que llega en bus a la estación Rodoferroviaria. Es una construcción en cemento, sucia, oliendo a orines y casi comida por esa tierra roja de la selva. No podía creer que esta fuera la forma en la que me recibía la ciudad perfecta. Mientras llamaba por teléfono a mi anfitrión y recibía instrucciones para desplazarme, me abordaron dos tipos para pedirme dinero.

Mi siguiente paso fue a la estación rodoviária del Plano Piloto. La cosa no cambió mucho, estaba comenzando a asustarme con las ilusiones que me había hecho. Subí a la terraza de la estación y el panorama cambió completamente. Estaba en toda la intersección del Eje Monumental con el Eje Rodoviario. Brasilia se desplegó ante mi como una aparición de calles perfectas, separadores gigantes, y bloques de edificios idénticos y a lo lejos, la Catedral. Estaba en todo el centro de la idea urbanística que tuvo Lucio Costa, hace mas de 50 años: la cruz.


Después, cuando Bernhar (mi anfitrión) me llevó a su casa, salimos a almorzar y a conocer los monumentos, me quedé sin qué decir. Es sobrecogedora la energía que se despliega en la plaza de los tres poderes, la de una ciudad diseñada para que Brasil se encuentre con su destino de grandeza.

Para contrastar con la experiencia casi mística de la visita a los monumentos, terminamos la tarde viendo un partido de fútbol por televisión: Botafogo versus Flamingo. Bernhar es "foguense" (hincha de Botafogo) como todos los asistentes al bar, donde vimos el partido. Descubrí rápidamente que era mas entretenido ver los gestos y reacciones de los asistentes que el partido mismo. Gritos, brincos, madrazos, todo lo que acompaña un partido de fútbol. Botafogo iba ganando 1 a 0 y todos cantaban sin cesar; inclusive el arquero de Botafogo había tapado un penalty. Pero en el minuto 92, un descuido, y el Flamingo, empató el partido. El silencio se apoderó de todos, el árbitro señaló el fin del partido, las cervezas se calentaron. Cabezas bajas, discusiones de última hora, la derrota era abrumadora.

El desquite fue en la casa de Bernhar donde al son de dos guitarras los brasileños cantaron (yo no me sabía ninguna) hasta la 1 de la mañana. Yo, simplemente, los acompañaba con un extraño instrumento de percusión, formado por 2 cocos clavados en un palo, que son golpeados por otro palo. Así terminó el día en el que descubrí que a pesar de la grandeza de la lógica de Costa, Niemeyer, Le Corbusier y compañia, aún nos pueden empatar el partido en los minutos de descuento.

Qué extraño de Colombia: lo fácil y barato que es conectarse a internet.

Qué no extraño de Colombia: que nunca tuvimos un sueño de grandeza, así fuera solamente un sueño.

Banda sonora del día: With or without you de U2, She's like a rainbow de los Rolling Stones y alguna de Johnny Cash

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