sábado, 21 de febrero de 2009

Nunca vi a James Brown, pero si vi a Carlinhos

Vestido con un smoking impecable, con una capa roja que una roadie siempre mantiene en su sitio, un extraño sombrero que asemeja una corona india de plumas, pero hecho en caña, unas trenzas rasta hasta la mitad de la espalda y sus inseparables gafas oscuras, Carlinhos Brown va caminando, frente al bloco, al lado de la gente. El no va en la tarima como todos los otros trios elétricos, sino con su gente, caminando, cantando, bailando y dirigiendo el bloco. La energía de su música es incomparable, inmensa, superior. Nadie se puede resistir al baile, nadie puede aguantar cuando se acerca a la cuerda y asoma su micrófono para que la pipoca cante con él.

No hay mejor manera de cerrar mi viaje por Salvador y su carnaval, que viendo a Carlinhos Brown a 20 centímetros de distancia, cantando por las calles, mientras todos bailábamos frenéticamente.

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