miércoles, 25 de febrero de 2009

Reencuentro con Niemeyer, afanes y relax

La mejor manera de recorrer Rio es en bus urbano, el que manejan los émulos de Ayrton Senna, que a pesar de sus maniobras enloquecidas, no pitan. En Brasil, en general, no importa el trancón, las cerradas, los peatones, nadie pita. Para un colombiano eso es increible. El metro, a pesar de ser muy eficiente, no permite ver nada de la ciudad que es, realmente, maravillosa. Cada esquina, plaza, calle o avenida está llena de monumentos, antiguas iglesias, edificios inmensos de diseño increible. Al viajar en bus, para mi es claro que en estos 3 días y medio que pasaré en Rio no conoceré la mas mínima parte de esta gran y hermosa ciudad.

Dispuesto a un viaje mas tranquilo y mas relajado, lejano a la locura carnavalesca que invade todo, decidí ir a conocer el Museo de Arte de Niteroi, y reencontrarme con un viejo conocido, Oscar Niemeyer. Comencé cogiendo el metro hasta la estación mas cercana, seguro que el mapa que tenía en mis manos me decía la verdad: que podía conectar con Caju y ahí un bus que me haría un recorrido por Niteroi, museo incluido.

Gran error. No hay que confiarse de los mapas, las cosas parecen mas fáciles de lo que son; se que suena obvio, pero hasta que uno no lo comprueba con sangre y sudor (sobre todo sudor, a 33 grados centígrados), no lo cree. Llegué a una estación en medio de la nada, puro potrero, y una señora con cara de "pero ¿fue que usted nació ayer, mijito?" muy amablemente me explicó que tenía que coger otro bus, llegar a la estación Rodoviária y ahí coger otro bus que me llevara a Niteroi. Hice caso, seguí las instrucciones y esquivando conductores de bus enloquecidos e indigentes sospechosos, llegué a la Terminal de Niteroi, ahogado del sopor, atravesando un puente gigantesco de 6 carriles, como de 15 minutos de recorrido, al final del cual estaba el peaje. ¿Costaba los 12 mil pesos que cuesta un peaje entre Barranquilla y Cartagena? ¿Los 10 mil que cuesta el de la aún no terminada Autopista del Café? ¿Lo que vale el peaje mas caro de Bogotá-Villavicencio? No. Cuesta 3,8 reales, es decir, 3.800 pesos. Y no es una carretera de dos carriles, ni una autopista sin terminar, ni un túnel que se cae cada invierno. Dediqué una oración dolida a nuestros ingenieros civiles y, sobre todo, al Ministro de Transporte y su maravillosa gestión.

Ahí, en Niteroi, volví a preguntar y un señor igualito a Lula Da Silva (me imagino que creyó que yo tenía otros intereses por la forma en que lo miraba) me dijo que tenía que coger otro bus hasta el museo. Había acumulado en casi 2 horas de viaje 3 buses y un metro, cerca de 12 reales, como 12 mil pesos. Pero aquí no aplica eso de "sale mas barato coger un taxi", la carrera mínima es de 8 reales. Estoy casi seguro que el mismo viaje lo pude haber hecho en solo 2 buses, pero quedaré con la sospecha.


Ya en el museo, finalmente, tomé fotos a discreción y me alisté a volver a Rio antes de que me agarrara el aguacero que se venía que, como se imaginarán, efectivamente me agarró. Alcancé a montarme al ferry e hice el viaje de vuelta por el mar.


Salí inmediatamente a almorzar-comer en Copacabana porque planeaba acostarme temprano y poder estar de pié al otro día en la madrugada, porque los recorridos no me estaban rindiendo. Almorcé pues, a la orilla de la Avenida Américas, que recorre la playa, viendo a la gente pasar, mientras me comía una hamburguesa (el presupuesto estaba un poco corto, mucho sambódromo, parece). Ahí, haciendo cola para pedir un Trio Big Bob (combo de hamburguesa doble carne), entendí algo que no me terminaba de cuadrar con el cómo funcionan las cosas acá.

La atención al cliente es peor que en cualquier lugar de Colombia. Una fila de 5 personas en un restaurante de comidas rápidas dura lo que dura comerse el pedido. Pedí, en lugar de Coca Cola, un Te Helado (Chá Gelado dije, y el tipo hizo cara de que me entendió) pero, igual, me sirvieron Coca. No tienen números indicando el orden de los pedidos (bueno en McDonald´s tampoco, pero le sirven a uno inmediatamente), sino que uno le pasa el tiquetico a otro tipo y el sujeto va y prepara la comida. Cuando me entregaron el pedido estaba tan hambriento y había tanta gente detrás mio que no peleé por lo de la Coca.

Esto se repite en cada cosa que necesita interactividad entre humanos que no se conocen; para que el tipo del café internet donde estoy escribiendo esta nota me escriba en un miserable papel la hora de ingreso (porque no se necesita mas) y me diga qué computador está libre, tiene que sacar 3 fotocopias de un cliente anterior, así todo lo haga la máquina y el me sonríe pidiéndome paciencia. En los buses urbanos se repite la cosa, porque hasta que la señora que está en frente mio no confirme la ruta, parada por parada, nadie mas entra. Igual en la taquilla del Metro. O en un quiosco de la playa, para que me digan la hora. Creo que es muy difícil sacarse el afán bogotano de encima.

Finalmente decidí caminar por la playa, mientras caía la noche. La recorrí de lado a lado, viendo gente pescar, niños escribir sus nombres en la arena, muchachos jugando fútbol. Las luces de la ciudad brillaban cada vez mas en el mar, mientras me tomaba un par de caipirinhas en un quiosco playero y ayudaba al vendedor con un cliente escocés que no se sabía ni los números en portugués (y como el precio de la compra del tipo superaba los 10 reales, pues no había manera de comunicarse con los dedos). Pasé la noche de relax total, viendo a lo lejos 3 blocos que habían armado rumba en calles cercanas, y oyendo a un argentino canoso hablar el portugués mas chistoso que haya escuchado hasta ahora (portunfardo, me atrevería a llamarlo), mientras posaba de interesante para 4 brasileras cincuentonas, que en el momento menos pensado comenzaban a cantar y a bailar la samba-enredo de su escola preferida.

Qué extraño de Colombia: ya lo imaginarán, de Bogotá el servicio al cliente y la ultra-eficiencia. Y, en general, lo increíblemente barato que es el transporte.

Qué no extraño de Colombia: los pitos de los carros y la infraestructura vial.

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