sábado, 21 de febrero de 2009

Viver e não ter a vergonha de ser feliz

Hasta ahora no he tenido la necesidad de coger el primer taxi en mi viaje por Brasil, así que salí a visitar la Iglesia de Nuestro Señor de Bomfin en bus urbano, como cualquier parroquiano. La iglesia queda a 7 kilómetros del Pelourinho, me esperaba un viaje largo. Bajé por una pequeña calle inclinada y terminé en la parada de buses frente al Mercado Modelo. Ahí cogí un bus, que me llevó a velocidades cada vez mayores, y por calles cada vez mas estrechas, a la parada de buses de la iglesia.

Es notorio que normalmente el transporte público urbano en Salvador es voluminoso y caótico, con "buses para todos los barrios", por todas las avenidas, en todos los sentidos. Los buses son los mismos que Transmilenio compró para sus rutas alimentadoras, nuevos y limpios. El viaje de ida no presentó ningún problema, pero fue el regreso el que me costó trabajo, ya que en carnaval, el transporte es mucho menos voluminoso pero mas caótico, ya que los buses tienen rutas diferentes para esquivar las calles cerradas para los desfiles; sospecho que los conductores improvisan a medida que van manejando, pero solo es una impresión personal. Eso si, nadie pita. Bueno, a veces, cuando un peatón colombiano despistado cruza la calle sin mirar, por estar pendiente de una de las cientos de iglesias en el recorrido.

Debido a esta "reestructuración vial" del carnaval, me tocó bajarme antes del bus y recorrer a pié todo el circuito Osmar, almorzar en otro restaurante por kilos y perderme durante casi media hora en un barrio elegante cerca de la playa.

El carnaval tiene 3 circuitos oficiales: Batatinha, que es el circuito del centro histórico, estrecho, incómodo (debido a las calles empedradas) y medio peligroso. Osmar, en una zona llamada Campo Grande (la que parece San Victorino), no tiene tanto público como llegó a tener antes. Y Dodô, entre dos zonas llamadas Barra (donde me estoy quedando) y Ondina, es el mas popular de todos, a la orilla de la playa.


Tomé algunas fotos, me cogió el atardecer en la playa y volví al apartamento a alistarme para estar un par de horas en el desfile de Batatinha. Estuve muy cerca de un bloco sin pipoca (no había cuerda, cualquiera podía estar al lado) donde cantaba Elaine Fernandes, sintiéndome un poco raro, de nuevo: solo, sin tener para dónde ir. De pronto escuché una canción conocida (por primera vez en mi viaje) de la que me sabía al menos la letra del coro: O que é o que é, de Gonzaguinha ¡Pude cantar, por fin, a grito herido! Viver e não ter a vergonha de ser feliz. Cantar, e cantar, e cantar a beleza de ser um eterno aprendiz. Volví a sentirme parte del carnaval, tanto que compré una abadá (la camiseta requerida para entrar al sector de Preferencia en un bloco) y me uní a la rumba, hasta las 3:30am, bajo la lluvia, los gritos, los abrazos y mas de 110 decibeles de sonido (estuve un tiempo detrás de un funcionario municipal, que estaba midiendo el ruido).

E eu fico com a pureza das respostas das crianças: É a vida! É bonita e é bonita!

Banda sonora del día: creo que es obvio.

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