viernes, 27 de febrero de 2009

Visitando monumentos

Mi último día en Rio fue el mas "turístico" de todos. En tiempo record de 10 horas visité las playas de Barra de Tijuca (donde me perdí un buen rato) de Leblón e Ipanema, subí al Pan de Azúcar y al Corcovado, desayuné, almorcé y terminé comiendo en Copacabana de nuevo, mi playa preferida de Rio. Todo en transporte público, metrô, ônibus y expresso. Cuando por fin le estaba cogiendo el tiro al transporte (al menos en la zona sur) de Rio me tengo que ir.

Leblón e Ipanema son dos playas contiguas, que a primera vista se parecen a Copacabana, pero que tienen un estilo diferente. Pocos restaurantes, pocos quioscos y mucha, realmente mucha, gente haciendo deporte. Corriendo, trotando, montando en bicicleta, bajo un sol infernal de 34 grados centígrados. Amor por el deporte, cual slogan de canal deportivo de TV. Y para quienes se están haciendo la pregunta típica de ¿y la garota de Ipanema? pues la cosa es que en esta playa se ven exáctamente las mismas garotas que en cualquier otra: de piel perfectamente bronceada (piel de color del pan, como diría Gabriel García Márquez) y movimientos sinuosos al caminar. Ya sea en las playas, en las calles, en el metrô, para todas seu balançado es mais que um poema, como cantó Vinícius de Moraes.


Salí corriendo entonces (antes de morir carbonizado) para el Pan de Azúcar, esperando que Rio me favoreciera con algo de claridad para sacar unas buenas fotos. Lamentablemente no fue así, a lo lejos se veia una tormenta, así que estuvimos siempre acompañados de nubes y viento. Solo desde estas alturas empieza uno a comprender la extraña forma de Rio de Janeiro.


Cuando uno nació y creció en Bogotá, tiene la impresión de que todas las ciudades se expanden hacia fuera de una manera mas o menos pareja, hasta que encuentran algún cerro o accidente natural que las frena, pero manteniendo cierta unidad, cierta cohesión. Rio creció esquivando los cerros, como si fuera un charco de cemento que va creciendo, rodeando las montañas, especie de reguero de mercurio gigantesco que poco a poco va creciendo y subiendo su nivel. Los vasos comunicantes entre diferentes "aposamientos" de ciudad entre cerros son túneles, como si fueran labrados por el agua. Obviamente, como en prácticamente todas la ciudades, las partes bajas, mejor comunicadas y cercanas entre ellas son ocupadas por la ciudad rica. Las partes altas, difíciles, aisladas, son las favelas. Durante mis viajes en ônibus, ni de cerca, pasé por una favela. Nunca vi una, ni siquiera el borde.


Rápida bajada del Pan de Azúcar, dos buses y estaba al pié del Corcovado, donde un muy ineficiente y feo funicular me subió por 36 reales. Eso sumado a los 44 que ya había pagado por el teleférico del Pan de Azúcar, sumaban mi presupuesto completo de 2 días de vida en Brasil. El Cristo Redentor tenía que valer la pena, entonces.

Y la valió. No hay muchas palabras para describir la fuerte impresión que deja una de las maravillas del mundo, cuando uno está a sus pies. Además, la vista de la ciudad es impresionante, mucho mas que la que se ve desde el Pan de Azúcar. Allí estaba, de nuevo, la ciudad fracturada, separada por cerros de formas imposibles, hermosa. Muchas fotos y de vuelta antes de que la tormenta y la noche me cogieran ahí arriba. En Rio (y creo que en Brasil en general) solamente he sentido frio dos veces: ahí arriba, en sandalias, camiseta y bermudas, y cuando osé meterme al mar en Copacabana.


En todo este día "turístico" noté un fenómeno interesante. Dentro de los extranjeros turistas (casi todos, muy pocos brasileros) disminuyó notablemente el número de australianos ebrios y aumentó significativamente el de latinoamericanos (sobrios, claro), frente a una medición similar en el sambódromo o cualquiera de las fiestas callejeras de los blocos. En estas zonas es muy común oir español. Venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos. La diferencia está en que la edad promedio de este grupo de extranjeros es mucho mayor que la de los blocos. Me aventuro a una simple conclusión: el nivel adquisitivo de un australiano promedio de 20 años, que le permite viajar a Brasil, es similar al de un latinoamericano promedio de 50. Obviamente el australiano viene a emborracharse, el venezolano a ver al Cristo Redentor.

Terminé mi jornada, volví al pulgoso hostal y dormí poco para madrugar y salir para São Paulo. Como todo un experto, tomé el ônibus a la Rodoviária y compré un pasaje en un bus con sillas dos veces mas amplias y cómodas que las del avión que me trajo a Brasil. Hasta almohada, cobija (¡con ese calor de mil demonios!), medias-nueves y periódico dan al inicio del viaje. Eso si, había dos temidos televisores donde pasaron cosas terribles: El padre de la novia, con Steve Martin y Pegado a ti, con Matt Damon y Greg Kinnear. Gracias a Dios a muy bajo volumen, lo que me permitió enchufarme a mi iPod y dormitar por momentos viendo un paisaje mucho mas entretenido que el de mis 2 anteriores viajes por tierra.

Cuando el bus se detuvo abrí los ojos, creyendo que ya habíamos llegado al parqueadero de la estación. Esa impresión se incrementó al ver tractomulas, carros y buses parqueados alrededor. Pero, en los parqueaderos de las estaciones solo permiten buses. Desperté del todo y me di cuenta que no estaba en un parqueadero. Bueno, casi. Estaba en un trancón fenomenal de 6 carriles en un sentido y 6 en el otro: había llegado a São Paulo. 1 hora después, pude bajarme, por fin y coger el metrô (mas caro y mas feo que el de Rio), que rápidamente me dejó cerca del apartamento de mi anfitrión en esta ciudad, Anselmo, que me alojará por 3 noches. Él no estaba, pero dejó sus llaves en la portería y pude entrar, bañarme, acomodarme y sacarme una foto de mi pié derecho que, realmente, me estaba matando. Incluyo la foto en esta entrada del blog, no es apta para personas sensibles. Cuando llegó Anselmo, comimos una cosa de cuyo nombre no quiero acordarme, que él considera deliciosa, pero que encontré poco agradable. Finalmente a las 12pm terminó mi día, listo para salir a visitar lo que mas pueda de São Paulo.

Banda sonora del viaje: One step closer, de Linkin' Park

Qué extraño de Colombia: la comida, la verdad sea dicha. Y encontrar una tienda, un puesto callejero de comidas, una droguería en cada esquina.

Qué no extraño de Colombia: ¿Ya había dicho que la infraestrucura vial?

A continuación podrá ver la foto de mi pie derecho, mujeres embarazadas, niños menores de 12 años y, en general, personas sensibles abstenerse.
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