martes, 24 de febrero de 2009

Saaaaaaaaaamba

Decidido a no dejarme ganar del cansancio, me embarqué en una nueva excursión al sambódromo (o "sambo-dome", el domo de la samba, como intentan traducir los gringos, así no tenga forma de domo). Esta vez íbamos al lado de los sectores impares, que tienen mas variedad de arquibancadas a ver si conseguíamos algo mejor. Tal parece que cualquier cosa es mejor que el sector donde estuvimos la noche anterior.

Cogimos un bus, experiencia extrema en esta ciudad, ya que manejan como locos, esquivando peatones, carros y andenes, frenando en seco, arrancando como si fueran carros de Fórmula 1. No importa que el conductor, como el de esta vez, sea un viejito apacible, de barba canosa, gafas y sombrerito. Todos son Ayrton Senna al volante (y los pasajeros rezamos para que, al menos, no tengamos ese trágico final).

Llegamos temprano y me llevé la cámara conmigo, ya que la cosa no había estado tan peligrosa como me lo habían pintado. Negociamos con los revendedores y conseguimos las boletas por 20 reales. A punta de codo, rodilla y cara de inocentes, nos acomodamos a media altura de la tribuna, listos para la salida de la siguiente escola.



Cuando comenzó a sonar la samba-enredo que acompañaba a la escola, todo el mundo comenzó a saltar y bailar. La energía de todo el sambódromo se desató en un instante y no pude evitar contagiarme, saltar, mover los brazos. Y cuando aparecieron las carrozas, increibles, desafiando cualquier ley física, todo se volvió histeria. La música repetitiva, los cantos, el baile, todo en general, hacen que el público entre en una especie de éxtasis que llega a su cumbre con la aparición de las carrozas.

Pero un par de horas después de iniciada la rumba, yo ya estaba cansado de nuevo, con dolores en las rodillas y la espalda (la edad, la edad). Quería proponer que nos fuéramos ya, pero, de repente, montado en una nave espacial con forma de camión lleno de luces de neón y bailarines, apareció, nuevamente al rescate, Carlinhos Brown. No lo podía creer. Ahí estaba, encabezando una carroza, en el punto mas alto de la misma, agradeciendo de rodillas al público de Rio que lo recibiéramos en medio de gritos y saltos. Su energía contagió de nuevo estos huesos cansados y sedentarios, listo para unas horas mas de samba.


Vimos solamente 3 escolas, casi 5 horas. Estaba saliendo a pista la Estação Primeira de Mangueira, fundada por el mismísimo Cartola en persona, cuando salimos a buscar la estación del metro, que en carnaval funciona 24 horas. El camino hasta la estación es de 20 minutos a pié, rodeados de vendedores ambulantes que duermen con sus niños en cambuches improvisados a lado y lado de la vía. En el metro, repleto, se mezclaban los que desfilaron (aún con parte de sus imponentes vestidos) y nosotros el público, todos cantando y bailando. Llegamos al albergue cerca de las 4:30 am, como para recoger con cucharita.


Qué extraño de Colombia: los amigos, la familia.

Qué no extraño de Colombia: por lo menos de Bogotá, la hora zanahoria.

1 comentario: